Keeper, la más reciente obra del estudio Double Fine nos propone una conmovedora travesía guiada por la sutileza narrativa, el ingenio en su jugabilidad dentro de un marco de sorprendente belleza.
Historia
Keeper nos sitúa en un planeta desolado por la desaparición de la humanidad, donde la naturaleza y la fantasía han transformado los vestigios de la civilización. En medio del silencio, un faro despierta y, al caminar, se convierte en guardián y compañero de un frágil pájaro marino llamado Ramita. Juntos explorarán un mundo plagado de paisajes diseñados con una imaginación desbordante.
La historia no cuenta con diálogos ni narrador; simplemente nos deja llevar por la narrativa. El mundo “habla” a través de lo que vemos y hacemos, en un ejercicio donde la intuición y la observación son las llaves que desvelan los misterios del entorno. La relación entre el Guardián y Ramita es el eje emocional —marcada por momentos de ternura, soledad o fascinación— que une cada fragmento disperso de la trama.
Este planteamiento de narrativa ligera pero al tiempo de profundo significado aproxima a Keeper a obras como Ico o Shadow of the Colossus, ambos juegos del japonés Fumito Ueda. La gran diferencia es que en Keeper todo se cuenta desde el sosiego, sin recurrir a momentos de acción o violencia como parte del viaje.

Jugabilidad
Las mecánicas de avance en Keeper son principalmente una sucesión de puzles ambientales, basados en la colaboración entre el faro y Ramita. El faro puede concentrar la luz de su foco para despejar obstáculos y activar mecanismos, mientras la pequeña ave logra acceder a lugares donde el faro no puede, mueve manivelas, recoge objetos críticos y destraba rutas bloqueadas.
La jugabilidad mantiene un ritmo muy pausado, libre momentos con violencia y de amenazas letales. No hay enemigos, ni combates ni muertes. No es un juego difícil, pero la poca dificultad que existe se apoya en aplicar un poco la lógica. Algunos acertijos, como el desplazamiento de plataformas, los viajes temporales y la manipulación de objetos a distancia, suman alguna dificultad adicional, pero en ningún momento pretendiendo abrumar al jugador. No hay más que un camino para avanzar y, aunque te lleve un poco, al final siempre lo encuentras.
Según vas avanzando por los distintos escenarios, vas encontrando reglas y mecánicas propias. En algunos, el faro puede saltar por plataformas; en otros, se transforma en una lancha o explora ambientes donde el tiempo cambia. La variedad e imaginación de todos ellos es más quie notable. Parece que en todo momento el juego persigue el principio de sorprender al jugador sin abrumarle. El diseño de niveles, más planteados desde el punto de vista visual que desde el de complejidad. sabe dosificar las novedades para que cada capítulo tenga su momento «ooohh», consiguiendo un viaje donde avanzar nunca se vuelve rutinario.
Está claro que este enfoque hace de Keeper un título muy de nicho, solo para aquellos que busquen una experiencia relajante y a la vez gratificante desde el punto de vista visual. Los que busquen acción o cualquier tipo de sobresalto, que busquen en otro lado, este juego no es para ellos.

Apartado técnico
Gracias al motor Unreal Engine 5, Keeper es capaz de desplegar mundos exuberantes, coloridos y repletos de imaginación. Cada escenario parece estar pintado sobre un lienzo con un millar de colores brillantes. Y logra estar siempre en la frontera entre el surrealismo y lo onírico, todo sin abusar de efectos de última generación, más bien lo contrario. Jugando he tenido la impresión de que los artistas de este Keeper son admiradores del gran Salvador Dalí. Solo hay que ver los cielos de nubes surrealistas, estructuras retorcidas y o los paisajes que parecen salidos de un mundo paralelo dominado por la imaginación.
Artísticamente yo no puedo ponerle ningún «pero». Un juego tan tranquilo no podría haber funcionado si no fuera por este despliegue artístico. Peor no solo el diseño artístico sobre sale. El uso de la cámara también roza lo magistral: alterna ángulos y planos que realzan la belleza de las localizaciones, integrando cinemáticas y jugabilidad de forma imperceptible y muy elegante.
El sonido, por su parte, acompaña al tono relajado del juego. No hay voces que los graznidos de Ramita y los murmullos ambientales de los bichitos que pululan por el mundo. La música es discreta pero evocadora, acompañando sin centrar nunca la atención, como si estuviéramos en un chill-out contemplando la puesta de sol: melodías ambientales que fluyen con el paso, realzando estados de ánimo.
A nivel de rendimiento técnico, Keeper es estable, compatible con HDR y alcanza hasta 120 FPS, aunque no requiere grandes tasas de refresco debido a su ritmo relajado. No hay caídas notables de frame rate y la experiencia resulta fluida y agradable. No es un juego complejo técnicamente, salvo por el uso de las cámaras, pero se agradece que hayan puesto el foco en que la experiencia no se vea perturbada por saltos o frame-rates bajos.
Valoración final: una joya contemplativa
Keeper no es un juego típico ni para todo el mundo. Es de esos juegos «de autor» que quieren convertirse en algo más que en un rato de ocio. Hay que agradecer el riesgo creativo que Double Fine, capitaneada por Tim Schafer (uno de los creadores del archifamoso Monkey Island) y Lee Petty, que siguen al pie del cañón tras 25 años de carrera. Seguramente no buscan un éxito de ventas masivo y prefieren trasladar las sensaciones de ser un faro (lo que sea que pueda sentir un faro de existir) para quienes buscan en algún momento juegos que les sirvan para relajarse.
La fuerza de Keeper reside en cómo invita a recorrer una historia sin palabras. Quizás pueda interpretarse como una metáfora: incluso algo obsoleto (un faro medio derruido) puede proteger e iluminar aquello que se creía perdido para siempre.

Completar Keeper no te llevará más de 5-6 horas y te aseguro que te gustará recorrer el viaje que te propone. Es un juego amable y evocador, ideal para quienes buscan algo diferente de la velocidad que vivimos cada día. Es bello, para pensar un poco y, en ocasiones, profundamente emotivo. Su principal virtud, y quizás también lo que eche a más de uno, es ese ritmo sosegado. Pero lo que hay que reconocerle es que Keeper deja huella, tanto por su marco visual como por su honestidad y valentía a la hora de proponer algo distinto.
